Jueves. Cuatro y cincuenta de la tarde. Un apagón nacional deja sin luz a Venezuela. La jornada laboral toma un break entre pantallas oscuras y documentos sin concluir
El correo al cliente quedó sin terminar. Una reunión tuvo que parar en plena negociación. El partido de los chamos que estaba por arrancar, nunca pudo comenzar. Se apagan las luces y todas las miradas se despegan del celular y la pc para expresar lo que parece ser obvio. Se fue la luz. Así que se espera, con chistes y conversaciones a que regrese el servicio, pero han pasado ya treinta minutos en la oficina.
15 minutos más tarde, la señal “sin servicio” de los teléfonos celulares advierte que las telefonías también han dejado de funcionar. Oficialmente, estamos incomunicados. No hay llamada, ni mensaje de texto que salga o entre de ningún aparato. Toca dejar todo como está y bajar de los edificios por las escaleras. Después de todo, no es la primera vez que pasa. Desde el 2009 hay problemas de luz en Venezuela. A diferencia de ese momento, el fenómeno climatológico El Niño no es el responsable.
No hay metro en la ciudad ni transporte público. La calle está llena de gente que camina y carros que atraviesan avenidas intentando encontrar a alguien. A algo. Nadie sabe muy bien lo que pasa. Las pocas emisoras con radio sólo informan que se trata de un apagón nacional.
Jueves en la noche. Viernes. Sigue sin existir un reporte oficial. Corpoelec ha dicho que se trata de «ataques de alta sofisticación tecnológica, cibernética y electromagnética”. Mientras que algunos medios nacionales señalan que un incendio en la vegetación entre Guri y las subestaciones Malena y San Gerónimo B, ocasionó la situación.
Pero las fallas de electricidad tienen años en Venezuela. ¿Causas? Muchas. Corrupción y malversación de recursos. Pérdida del capital humano. Desprofesionalización. Poca inversión en infraestructura. Militarización del sistema eléctrico. Para el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad (CEDICE), estas son las principales razones, según una investigaciónpublicada en el 2015.
Desde 2007, con la creación del Corpoelec, toda la generación y producción de electricidad está en manos del gobierno. Más de 60 proyectos ha firmado el gobierno para mejorar el sector eléctrico, pero este sólo ha empeorado con los años.
Mientras tanto, el músculo productivo del país ha apagado las computadoras de manera forzosa desde las 4:50 del jueves por la tarde. Pasan los días. Sin celular, sin televisión, sin laptop y mucho menos Internet. En una mesa con velas, papel y lápiz. Ahí, en medio de la carencia, recordamos el máximo lema de ser emprendedores, el de hacer comunidad y recordamos que existe el nexo más allá de lo 2.0.
Así que alguien saca de arriba del clóset una caja llena de juegos y de polvo. Un padre hace sombras en una pared y simula la silueta de un conejo. Visitamos a la tía abuela que no veíamos desde diciembre del año pasado y subimos nueve pisos sólo para darle un abrazo, llevarle comida y recordarle que no está sola. También prestamos nuestras cocinas con gas, improvisamos parrillas o mondongos para ayudar a los vecinos con cocina eléctrica y los que simplemente no tienen comida.
Intentamos informarnos entre todos. Con el pana que tiene mejor señal en el celular. Indignados, frustrados, molestos. Sí. Sin duda. Pero jamás solos, siempre acompañados. Tranquilos porque lo más importante estaba con nosotros. Nuestra familia, nuestra pareja, nuestros amigos.
También tocó ajustar los horarios. Dormir de día y aprovechar esas tres horas en que llegaba la luz por la madrugada para revisar contratos, documentos, utilizar Internet y leer qué pasaba en el mundo. Sin registro ni notarías activos, logramos ponernos al día con los proyectos pendientes.
Algunos zonas estuvieron más de 100 horas sin luz. El apagón nacional dejó saqueos, muertes y tristeza. Pero Venezuela nunca estuvo oscura, la acompañó la solidaridad de sus ciudadanos que prestaron y utilizaron todos sus recursos para apoyar a los que estaban en situaciones más complicadas.